Roberto Segre, arquitecto. Río de Janeiro, 04 de agosto de 2001.
El 10 de agosto, el arquitecto Tomás Sanabria (1922), ante un público de profesionales y estudiantes, impartió una conferencia en la sede de Río de Janeiro del IAB (Instituto de Arquitectos del Brasil), a raíz de una visita realizada al Brasil con una veintena de arquitectos, alcaldes, administradores y activistas sociales venezolanos, para conocer las recientes experiencias de intervención urbanística y arquitectónica en las favelas, que conforman el hábitat informal de la ciudad.
Resultó una gran emoción para las generaciones jóvenes, conocer uno de los maestros de la arquitectura latinoamericana, cuya obra, desafortunadamente, fue poco divulgada en nuestro medio. En realidad, a pesar de ser Brasil y Venezuela países limítrofes, el conocimiento mutuo en el ámbito de la arquitectura y el urbanismo resulta sumamente reducido. Con excepción de los próceres ya consagrados, como Carlos Raúl Villanueva, Lucio Costa o Oscar Niemeyer, pocos son los nombres familiares en ambos países: quizás, por las conferencias impartidas en Brasil, se haya escuchado a Fruto Vivas; mientras seguramente su homólogo brasileño, el arquitecto João Filgueiras Lima, no sea recordado en Caracas.
Lo primero que impactó a los asistentes fue la modestia de Sanabria, al punto que el público quedó ansioso de conocer en detalle las pocas obras presentadas, al evitar extenderse en la presentación de sus propias realizaciones. Acostumbrados a los shows mediáticos de los actuales miembros del star system, la humilde exposición — más un diálogo con el público que una conferencia académica —, demostró que lo importante son las ideas y los conceptos, más que la fascinación del espectáculo o la exhibición de griffes sofisticadas: nadie pudo detectar si Sanabria era fan de Prada o de Pierre Cardin.
Formado en la Graduate School of Design de la Universidad de Harvard en la década de los años cuarenta, fue alumno de Walter Gropius, Martin Wagner, I.M. Pei, Hugh Stubbins y Marcel Breuer, en un período de escasa actividad constructiva en los Estados Unidos debido a la Segunda Guerra Mundial, que permitía el estrecho intercambio entre los maestros y un reducido número de alumnos. Allí, Sanabria recibió lecciones imborrables sobre los valores humanos de la arquitectura, la necesidad de satisfacer como primer objetivo, las condiciones ambientales para lograr el confort cotidiano de los usuarios, y la indispensable articulación entre arquitectura y naturaleza, o entre arquitectura y ciudad. Aunque entonces no se hablaba de diseño urbano, ni de diseño ambiental, se planteaban las premisas de una metodología de proyecto basada en la articulación de las escalas del diseño, cuyo paladín era Gropius, ya desde su actividad docente pionera en el Bauhaus, y luego prolongada en Harvard, al definir los términos de la arquitectura ”integral”.
En aquellos años de la inmediata postguerra, circulaban pocos libros de arquitectura — al contrario de hoy, sumergidos por una avalancha de espectaculares imágenes cromáticas, ya imposibles de memorizar o conservar en la retina —, de modesta presentación, con fotos en blanco y negro, de recordable contenido: los que ejercieron una influencia sobre él fueron los tomos de Le Corbusier y el volumen de Philip Goodwin Brazil Builds, con las primeras ilustraciones de la nueva arquitectura moderna brasileña. Según Sanabria, el impacto del libro no se ejerció sólo sobre su obra, sino también sobre el maestro Villanueva, quién asimiló la libertad formal, espacial y cromática de las obras de Niemeyer, Costa, los hermanos Roberto y otros, que sin duda influenciaron el proyecto de la Ciudad Universitaria de la UCV en Caracas.
Al regresar a Venezuela abrió con Diego Carbonell, una oficina de diseño en Caracas, siendo al mismo tiempo el primer director de la nueva Facultad de Arquitectura. Hasta los años cincuenta, la actividad profesional de los arquitectos quedaba supeditada a los ingenieros. Sanabria formó parte de la segunda generación de arquitectos modernos, como a José Miguel Galia, Martín Vegas, Guido Bermúdez, Fruto Vivas, Henrique Hernández, Guinand, Benacerraf y otros. Desde sus primeras obras, el tema de la protección solar y el condicionamiento climático basado en la arquitectura y no en las instalaciones de aire acondicionado, fue uno de los leit motiv básicos. El estudio de la ventilación, de las tramas protectoras en las fachadas, de los sistemas de sombras, definieron las obras de la década de los años cincuenta, oponiéndose radicalmente al International Style y a los edificios de cristal que comenzaban a difundirse, bajo la influencia de Mies van der Rohe, SOM, etc.
Una de las obras más importantes realizada en la década del cincuenta fue el central azucarero El Palmar. Construido en acero, con revestimiento en aluminio, sus planos horizontales de fachada estaban organizados para permitir la ventilación por fajas libres de recubrimiento. La nitidez y precisión formal del conjunto, lo colocó entre las principales construcciones industriales de América Latina. Posteriormente, realizó las oficinas de la Empresa Eléctrica de Caracas y la sede del Banco Central de Venezuela. Dos conjuntos que constituyeron un work in progress a lo largo de varias décadas, buscando Sanabria, no sólo la calidad de diseño de los edificios sino también la articulación con el espacio urbano. Su tesis es que no hay arquitectura sin ciudad, y los edificios deben generar espacios urbanos. Este principio se evidencia en pleno centro de Caracas, en proximidad de los pocos edificios coloniales existentes, al diseñar el Banco Central (1961), una obra maestra de Sanabria. Se trata de un banco cuya imagen es ajena a las tipologías monumentales tradicionales, con las fachadas transparentes y en sombra del volumen bajo. Luego, en la torre de oficinas de treinta pisos (1973), el lenguaje brutalista del los paneles de hormigón armado a la vista, fue desarrollado a partir de superficies texturadas en los lados ciegos y con tramas filtrantes de la luz y el aire. Finalmente en 1998, se completó una plaza urbana con estacionamiento subterráneo, en la cual, el extendido pergolado de hormigón, establece un espacio de sombra para el peatón urbano.
Sanabria finalizó su conferencia con un breve panorama de lo que ocurre actualmente en el mundo desarrollado, expresando su asombro ante el despilfarro de recursos tecnológicos, aplicados en los recientes ”monumentos” contemporáneos, como los que se están levantando en Berlín o en otras capitales europeas. Luego, se refirió al formalismo gratuito y al gigantismo que impera en algunas obras realizadas en Tokyo y en Shangai, donde proliferan las torres de cristal de más de ochenta pisos, con formas totalmente gratuitas. Evidentemente son soluciones cada vez más alejadas de nuestra realidad actual, definida por el hábitat espontáneo y marginal que envuelve las grandes capitales latinoamericanas. Al igual que las favelas de Río de Janeiro, los ranchos de Caracas crecen a un ritmo más acelerado que la ciudad ”formal”: el conjunto de ranchos de Petare, posee más de 600 mil habitantes. Por ello, nuestros arquitectos, en vez de maravillarse ante las impactantes obras ajenas, publicadas en revistas con papel cromo, deben mirar hacia la realidad circundante, e imaginar nuevas soluciones para los problemas de la vivienda y los servicios sociales de los estratos más necesitados de la población, cuya dimensión creciente presiona en forma angustiante sobre las estructuras urbanas.